LeBron estaba en el suelo doliéndose del hombro, los jugadores de Suns y Lakers agitaban la pista en plena trifulca masiva, la grada rugía al máximo y expandía sus decibelios en todas direcciones... y de repente todos sentimos la magia de los playoffs, la magia hurtada por la pandemia. El baloncesto está de vuelta.
Tremendo el primer pasaje de la serie Suns-Lakers. Phoenix tiró de defensa, una enorme defensa, de épica -encarnada en Chris Paul- y de la elegante clarividencia ofensiva del debutante Devin Booker, que parecía que había jugado partidos de playoffs toda la vida.
Ganó el partido quien más lo mereció, Phoenix, el equipo que dominó el marcador durante prácticamente todo el encuentro con una máxima ventaja de 16 puntos, la escuadra que superó toda suerte de adversidades y que mejor jugó al baloncesto, el grupo que se mostró más intenso y más cohesionado, el equipo que fue más equipo.
Victoria por 99-90 a pesar de las vicisitudes que tuvieron que superar los locales, que fueron muchas, pero que se hicieron más llevaderas gracias al calor asfixiante que emanaba de una grada apasionada, de los casi 12.000 aficionados que sentían que había llegado el momento de dejarse la garganta y el corazón en pos del triunfo de su equipo. El Phoenix Suns Arena era una olla a presión.
Esas vicisitudes empezaron por los problemas de faltas en la primera parte de Deandre Ayton y Jae Crowder, siguieron por el momento más delicado de la noche, la lesión en el hombro de Chris Paul, que se pasó medio partido en un complicado itinerario de ida y vuelta entre los vestuarios y la pista, incluyeron el hecho de que Suns no dispusiera ni de un solo tiro libre en la primera parte por los 17 de Lakers, se manifestaron en la dolorosa imagen de ver a Paul con nula capacidad para conducir la bola con el bote, se agrandaron con la expulsión en el último cuarto de Cameron Payne... En fin, que a los Suns les costó lo suyo llevarse un partido que dominaron claramente.
Al otro lado de la cancha, unos Lakers que no terminan de levantar el vuelo. Siempre a remolque, siempre a merced del rival, salvando los muebles desde la defensa, incapaces de tejer una ofensiva convincente, ni contra la defensa individual ni contra la zonal. Un equipo, estos Lakers, que tuvo problemas con el rebote, que no acertó en el tiro perimetral y que sobrevivió a duras penas gracias a su buena labor en la retaguardia y a la calidad de su plantilla.
Se salvaron de la quema jugadores como LeBron James, sin estar desde luego a su mejor nivel, o Alex Caruso, ejemplar en su orgullo, empeño y pasión en la pista. Mejoró en la segunda parte Dennis Schröder, que anduvo gris en la primera, aportó a su manera en los minutos que jugó el acelerado Montrezl Harrell, que sigue mostrando su fragilidad como defensor, y pare usted de contar.
No fue el mejor día de Anthony Davis, que está claro que cuando comparte pista con Andre Drummond no puede sacar lo mejor de su juego. Drummond llenó la planilla de números, especialmente rebotes ofensivos, pero su presencia en la cancha no favorece el juego de su equipo. Por no hablar de otros... mal en ataque Kentavious Caldwell-Pope y especialmente desafortunado Kyle Kuzma, que hizo un partido deprimente (0 puntos en 19 minutos).
Marc Gasol se tuvo que conformar con ver el partido desde la banda, un lujo de estos Lakers que, por lo visto hasta ahora, no andan muy sobrados.
Un punto de inflexión
Restaban 9:19 para llegar al descanso cuando en una jugada bajo el aro Chris Paul se dañó un hombro en un toque con un compañero. El jugador en el suelo mucho tiempo, sonido de alarmas al por mayor, toalla al hombro, abrazo de LeBron James y Paul a vestuarios. Ahí empezaría la épica del partido, la de ver a Paul volver de vestuarios, regresar al juego, jugar con evidentes limitaciones, sufriendo, regresar a vestuarios, volver a la pista... un círculo complicado de sobrellevar. Pero lo cierto es que Lakers no aprovechó ni las ausencias de Paul ni sus presencias de medio pelo.
El gigantesco paso dado entonces por Booker fue maravilloso. Se echó el equipo a la espalda, lo dio todo, tiró de clase, tiró de convicción... hasta convertirse en el MVP del partido con sus 34 puntos, 7 rebotes y 8 asistencias. Maravilloso en su estreno en playoffs. Es un jugador lleno de sutilezas.
Deandre Ayton fue el otro jugador esencial. Se pegó con todos en la pintura desde el comienzo del partido, supo hacer daño bajo el aro y terminó con 21 puntos, 16 rebotes y 10 de 11 en el tiro de campo. Esencial.
Además, trabajo a destajo de jugadores como Jae Crowder, Mikal Bridges, Cam Johnson o el expulsado Cameron Payne.
Phoenix dominó el rebote, lanzó tan mal como Lakers de 3, pero su labor defensiva fue de las que causan impacto, obligando siempre a Lakers a jugar en estático, algo que para el equipo de Vogel se ha revelado esta temporada como un ejercicio de funambulismo sin red.
A 9:01 del final llegó la jugada que abre esta crónica. Pura pasión desmedida en la pista y en la grada. Chris Paul tiene un muy mal gesto con LeBron James que casi termina en lesión y a metros de distancia el lío. Cameron Payne empuja a Caruso, éste golpea el balón que tiene Payne, Payne le arroja la bola al rival, Montrezl Harrell atraviesa la cancha para empujar a Payne... todo se salda con técnicas y con la expulsión de Payne (Harrell tendría que haber seguido el mismo camino).
Con el clima enrarecido y excitado, James falló 3 tiros libres en un abrir y cerrar de ojos (su equipo erró 11 a lo largo del partido), Lakers se volvió a meter en el encuentro tras ir perdiendo por 16 puntos (86-70) antes de la trifulca, Suns se volvió a poner con 13 de ventaja, Lakers acortó a 7 (90-83), pero entre Booker y el omnipresente Ayton zanjan la cuestión frente a la sola resistencia del incombustible Caruso.
No peligró en este final la victoria de Suns, pero lo que hay que saber ahora es cuál es el estado de Paul. De ello depende esta serie.