A estas alturas no nos sorprende que jugadores de muy distintas nacionalidades estén en la NBA. Pero en los 80 ocurrió algo fascinante: un país tan pequeño como Islandia, que, con unos 300.000 habitantes tiene menos población que la provincia de Cáceres, colocó a uno de los suyos en la mejor liga del mundo. Es la historia de Petur Gudmundsson.
Gudmundsson estuvo antes que el búlgaro Giorgi Glouchkov y el español Fernando Martín, pero no suele aparecer en las antologías porque tiene la salvedad de que él sí se formó en la NCAA. Pasó tres años en la Universidad de Washington, un lluvioso estado que le parecería casi paradisíaco comparado con su Islandia natal.
En 1981 fue escogido por Portland Trail Blazers en la posición 60 del ‘draft’ del 81. ¿He comentado ya el principal talento de Petur? Sí, es fácil de imaginar: medía 2,18 y era evidentemente un intimidador, aunque la palabra ‘leñador’ siempre se acababa metiendo en medio cuando se hablaba de él.
Con los Trail Blazers pasó su temporada ‘rookie’ (81-82) con pocos minutos (12,4) y 3,2 puntos y 2,7 rebotes y luego regresó durante un par de años a su país. Pero no se había olvidado de América. Intentó trabajarse un sitio en la NBA desde la CBA y protagonizó una curiosa circunstancia, ya que se le denegó el permiso de trabajo en febrero de 1986 porque las autoridades laborales indicaban que, sin habilidades especiales, ocupaba un puesto que podía ser obtenido por un norteamericano.
La llamada de los Lakers le salvó de la deportación. De amarillo jugó ocho partidos (con el número 34 que años después usaría Shaquille O’Neal) y 74 más las dos campañas siguientes en San Antonio Spurs, rondando los 5 puntos y 4 rebotes por encuentro. Nada del otro jueves, lo que le devolvió primero a la CBA y luego a Islandia, donde terminó retirándose.
Allí ha ejercido como entrenador. Hace unos años, con bastante lógica, fue nombrado como el mejor jugador islandés de la historia. Ninguno de sus compatriotas se ha acercado mínimamente a sucederle. En España tenemos a Jon Steffanson, un tirador del CAI Zaragoza, y también pasó Pavel Ermolinski, un irregular base de más de dos metros hijo de una antigua estrella ucraniana que se quedó a vivir en la volcánica isla.
(Javier Ortiz es redactor de deportes en El Periódico de Extremadura y autor de la sección de historia de www.espacioligaendesa.com)