Héroe dentro de la cancha, anti-héroe fuera de ella. Ese fue Allen Iverson durante su trayectoria profesional, una a la que puso fin recientemente. Era tan brillante con el balón en sus manos, como reacio a tomar decisiones acertadas en su vida personal. Es por ambos matices que tuvo éxito en esa meta que tanto se propuso: ser único en su tipo.
"No quiero ser Michael Jordan, no quiero ser 'Magic', no quiero ser Bird o Isaiah. No quiero ser ninguno de ellos. Cuando termine mi carrera quiero verme al espejo y decir: lo hice a mi manera", expresaba el apodado "A.I" en una entrevista. Sin duda cumplió su cometido. Allen Iverson será recordado por ser no otro sino Allen Iverson, ese que copó periódicos con historias de su entrega, de su juego, de su actitud desafiante y de su forma de vestir.
La pregunta que queda y quedará abierta es: ¿pudo Iverson haber sido mejor si hubiese tenido un cambio de conducta? No habrá respuesta a esa interrogante, como tampoco nunca sabremos quién ganaría un duelo entre Michael Jordan y LeBron James. Solo queda suponer al respecto y tener en cuenta que el propio ex escolta no se arrepiente de nada. Incluso lo dejó claro en su retiro formal ante los medios de comunicación, indicando: "Si pudiese ir atrás y cambiar algo, sería el hombre perfecto y sé que no hay hombre perfecto y que no hay un jugador de baloncesto perfecto. Así que no... yo no cambiaría nada".
Lo que sí es una certeza es que Iverson, hoy de 38 años, pudo tener una despedida mejor, la que merecía un anotador innato que posee actualmente el sexto mejor promedio de puntos por partido (26,7) en la historia de la NBA. No obstante, su atropellado paso por Detroit, su fugaz pasantía en Memphis y su acontecido regreso a Filadelfia se juntaron para alejarlo de la liga desde febrero de 2010, una circunstancia que terminó siendo irreversible.
Como el samurái que consideraba decoroso morir en batalla, el eterno dorsal "3" de los 76ers de Filadelfia quería colgar las botas jugando en el mejor baloncesto del mundo. Sin embargo, su inestabilidad personal excedió sus habilidades deportivas en la recta final de su carrera, por lo que ningún elenco de la NBA quiso arriesgarse a contratarlo. Lo más cercano fue una oferta de Dallas, la cual pedía a Iverson primero estar en la Liga de Desarrollo de la NBA. El oriundo de Hampton, Virginia, agradeció la oportunidad, pero no consideró que ese fuese "su camino".
Quizás el mundo pudo haber disfrutado de dos, tres o hasta cuatro temporadas más de Allen Iverson en la NBA (sumó 17 en total). El talento lo tenía para extender su estancia en la élite, pero nunca quiso ceder. Todo empezó cuando se negó a ser suplente en los Pistons de Detroit, una situación en la que el propio Iverson admitió haberse sentido engañado por el equipo. Luego sucedió algo similar durante su corta estadía en los Grizzlies de Memphis. Fue en ese período cuando se presentó un punto de no-retorno para él. Luego intentó resurgir al regresar a Filadelfia —conjunto donde militó los primeros 11 años de su trayectoria—, pero la salud de su hija lo apartó del club.
Poco después sucumbió ante problemas personales que derivaron en apuestas y alcohol, según reportes de ese entonces. De esta forma, su reputación terminó de mancharse ante los ojos de las 30 franquicias de la NBA. Simplemente, ya era una lotería invertir en 'Bubba Chuck'.
El desenlace no fue digno para alguien que lideró la liga en puntos durante cuatro campañas, ni menos para el también Jugador Más Valioso de la zafra 2000-2001. Pero así fue, porque "su manera" lo llevó a eso.
Allen Iverson se marchó del baloncesto estando lejos del tabloncillo, el lugar de trabajo donde marcó una época por su velocidad, su letal crossover, su inagotable espíritu de lucha y su escurridizo transitar. El clímax de ese adiós vendrá ahora, con el retiro de su número "3" en Filadelfia. Luego, en cinco años, su destino inevitable será el Salón de la Fama.
(Ricardo Maciñeiras es periodista deportivo del diario venezolano El Universal y editor del blog Pared y Desmarque sobre baloncesto y otros deportes)