Ha muerto Andrés Montes. Anoche, cuando un amigo me envió un sms con la noticia me quedé helado y una tristeza profunda se apoderó de mí. Supongo que como a muchos amantes del baloncesto en España. Porque a pesar de que en los últimos años su imagen estuvo asociada al fútbol, con lo que se popularizó aún más para bien y para mal, Montes ha sido, es y será sinónimo de baloncesto.
Para aquellos que nunca conocieron a este singular periodista, baste la foto que acompaña a este inesperado obituario: esa cabeza redondeada como un bola de billar pulida por el afeitado (porque no era calvo), esas gafas, esa eterna pajarita, esa tez mixta con sabor hispanocubano que bien podría llevarnos a la imagen de un croupier de Las Vegas.
Una imagen que cuadraba perfectamente con su modo de entender el baloncesto, con su modo de vivirlo desde el ángulo del espectáculo, del entretenimiento, del divertimento, de la ligereza que ha de tener algo que no es más que un juego, por muy graves que nos pongamos en nuestros juicios algunas veces.
Porque siendo la viva voz del baloncesto como espectáculo, como parafernalia económica, social y artística que rodea al balón, Montes devolvía este deporte a su más elemental esencia, el juego. Porque no era más que un niño grande retransmitiendo cómo jugaban otros niños.
En cierto modo, su visión era una visión muy estadounidense. Por eso fue la voz y la imagen perfecta para expandir la imagen de la NBA por una España huérfana de directos de la gran liga americana, una España que vivió sus primeros pinitos NBA con otro singular comentarista allá por los 80 llamado Ramón Trecet.
Tenían Trecet y Montes (que extraño es compararlos uno vivo y otro muerto) indudables paralelismos. A los dos les encantaba la narración espectáculo, los dos tenían una imagen algo extravagante a la par que atractiva, los dos eran enciclopedias musicales, los dos gustaban de desviar sus conversaciones hacia los más variopintos temas. Y los dos hicieron un enorme servicio a la NBA en España.
Una pareja inolvidable
Los amantes del baloncesto descubrimos a Montes como voz radiofónica allá por los 80. Partidos de liga y emocionantes duelos europeos nos llegaban con su voz a través de las ondas. Por entonces era simplemente una voz diferente y revolucionaria que aportaba expresiones propias a las retransmisiones, porque por aquellos días muchos ni siquiera intuíamos cuál era su imagen. Por eso en sus retransmisiones actuales hablaba de los Novosel, Kikanovic, Dalipagic, Meneghin, Marzoratti, Riva, Lopatov o Gomelski.
Pero la etapa con la que un buen puñado de aficionados españoles nos identificamos con Montes fue cuando aterrizó en Canal + para narrar partidos de la NBA. Por fin, una cadena española había logrado los derechos de la mejor liga del mundo para retransmitir en directo sus partidos. Allí estaba Montes en el inicio, en 1996, junto a Santiago Segurola y la incorporación de un jovencísimo Antoni Daimiel, que con el paso de los años sería compañía inseparable de Montes en las madrugadas españolas.
Fue en esas interminables noches cuando descubrimos más de cerca un baloncesto estadounidense que ya seguíamos antes, pero más de lejos, en los gloriosos 80 de Magic Johnson y Larry Bird. Fue en esas intensas madrugadas cuando se descubrió en la televisión una pareja extraordinaria para las veladas baloncestísticas: Andrés Montes-Antoni Daimiel.
Montes sacaba a Daimiel 15 años, pero poco importaba, porque el primero aportaba la línea juvenil a las retransmisiones y el segundo infundía la seriedad madura. El mundo al revés. Y es que eran maravillosamente diferentes y extraordinariamente complementarios.
Nunca fue Montes un hombre de tecnicismos. Se daba poco a la charla didáctica y solía bromear diciendo que este deporte podría sobrevivir sin los entrenadores. Porque para profundizar en el juego ya estaba el sesudo Daimiel, un joven que con el tiempo se convirtió en una enciclopedia de la NBA. Mientras, Montes aportaba ese toque experimental, 'chic', libérrimo, divertido y gozoso que otorga el lenguaje cuando se olvidan las reglas del juego.
Se dedicaba Montes a hacer frases imposibles con su verbo imparable y a poner motes a jugadores y grupos. El grupo del “Cristal de Bohemia” (jugadores proclives a las lesiones), “Gepetto Brothers” (jugadores con brazo de madera que no sabían lanzar tiros libres), “Estopa Mix” (baloncestistas que se dedican a repartir leña en defensa)...
Luego estaban los jugadores, casi todos en la NBA tenían un apodo: “Robin Hood” (Dirk Nowitzki), Tim “Siglo XXI” Duncan, “Mister Catering” (José Manuel Calderón), “American Graffiti” (Peja Stojakovic), “El Vittorio Gassman de la liga” (Vlade Divac)...
También era pródigo en expresiones y gritos de guerra. “¡Vilma, ábreme la puerta!”, en referencia a la serie “Los Picapiedra” para narrar un horrible tiro o pedrada de un jugador, “¿Por qué todos los jugones sonríen igual?”, “¿Por qué eres tan bueno McGrady?”, “Raza blanca, tirador”, “Tiempo de Miller, tiempo de un killer”, en relación al gran Reggie Miller, o “¿Qué es la presión para un serbio, Daimiel?”, entre otras muchas, que fueron jalonando sus narraciones.
Con el juego pasaba los mismo: un triple lo narraba al grito de ametralladora (ratatatatatata...), un tapón era “un pincho de merluza”, una canasta con mucha suerte era recibida con la expresión “Bonilla a la vista”...
El momento más especial
El propio Montes reconocía que después de tantos años retransmitiendo baloncesto y, en menor medida, otros deportes, le quedaba como recuerdo más vívido y especial la canasta con la que Michael Jordan dio, en 1998, su sexto título a los Bulls en aquel inolvidable partido ante los Jazz. Era la retirada soñada, Jordan se iba por la puerta grande. Según Montes, “fue una orgía”.
Pero después de aquel extraordinario momento, Montes vivió otros muy grandes, especialmente el desembarco de jugadores españoles en la NBA con Pau Gasol a la cabeza. Fueron noches con Daimiel en las que se hablaba en las retransmisiones de lo humano y lo divino con ese contrapunto que ofrecía este dúo irrepetible.
Lo mismo se hablaba del bacalao al pil pil y recetas de cocina en general, que de ese gran actor llamado Steven Segal... Daimiel hacía vagas referencias de sus rápidas visitas a su Valladolid posnatal, Montes divagaba sobre la vida y el amor mientras filosofaba en voz alta a modo de perorata alegre y las noches transcurrían como si uno estuviera viendo el partido de la NBA al calor de una chimenea en cuya repisa estaban las calabazas del club del “Calabazas Mix”, fundado por Montes y Daimiel en honor a todos aquellos a los que las chicas rechazaban.
En 2006, Montes se desvinculó de Digital Plus para fichar por la Sexta. Retransmitió partidos de fútbol, pero aún tuvo tiempo para narrar en exclusiva las dos máximas singularidades que ha dado la selección española de baloncesto en su historia: su primera medalla de oro en un Mundial (Japón 2006) y su primer título europeo (Polonia 2009), su última aportación mediática. La única lástima es que no pudiera contarnos en exclusiva este mismo año el primer anillo de la NBA para un español. Ese anillo merecía su presencia.
Hoy, ya sin chimenea en la que calentarse, ya sin calabazas sobre su repisa y ya sin posibilidad física de volver a unir a Montes y Daimiel (que llevaban 3 años en cadenas distintas) sólo nos podemos aferrar a esa frase que Andrés hizo célebre y con la que se despidió de todos sus seguidores tras la medalla de oro de España en el Eurobasket -que retransmitió con Epi, Iturriaga y Calderón-. Esa frase no es otra que “la vida puede ser maravillosa”. Aunque sin tipos como él, será, a buen seguro, un poco menos desenfadada y un poco más triste.