El regreso de Dwyane Wade a Miami Heat ha causado una gran expectación en la ciudad. La afición anda emocionada. Amasan los aficionados unas intensas ganas de ver de nuevo en acción a su ídolo. Ha sido una gran sorpresa verle volver. Un año y medio después de su marcha.
En el aeropuerto de la ciudad, una gran pancarta recibe al jugador. Una pancarta en la que se puede leer: "Bienvenido a casa, Dwyane". Ése es el espíritu. Todo está olvidado. Parece como si nunca se hubiera ido. Como si su marcha en 2016 no hubiera ocurrido nunca. El perdón es masivo.
Wade jugó fuera de Miami en dos equipos con una gran carga afectiva para él. Chicago Bulls porque Chicago es su ciudad natal. La cosa no funcionó. Cleveland Cavaliers porque quería repetir anillo jugando junto a su gran amigo LeBron James. Pero su segunda unión ha durado poco. Nada que ver con los 2 títulos de la NBA que ganaron juntos en Miami.
LeBron lo tiene claro: "Él tenía que volver a casa. Es como tenía que ser. Siempre sentí que allí estaba su corazón y su mente. Creo que va a ser grandioso para él".
Y allí está ahora. Unido de nuevo a Pat Riley. Eliminando las asperezas del pasado con el presidente. Instalado de nuevo en el equipo con el que ganó 3 anillos. Pero con un rol distinto. Jugar minutos limitados. Aportar experiencia. Ser importante en momentos puntuales. Ayudar a los suyos a jugar los playoffs. En definitiva, volver a ser feliz jugando al baloncesto.