Donald Sterling ha conseguido, muy a su pesar, eclipsar la competición deportiva en la NBA en los últimos días gracias al maremágnum mediático generado por las grabaciones de una conversación en la que mostraba su lado más racista. Pero el asunto puede no terminar con las sanciones anunciadas el martes por el comisionado de la NBA, Adam Silver.
La liga, obligada a reaccionar ante la vorágine mediática, ha optado por un castigo ejemplar para el denostado dueño de los Clippers: La máxima multa posible, un veto de por vida y una votación en próximas fechas que tratará de forzar, con casi toda probabilidad, la venta de la franquicia por parte de Sterling.
No hay duda alguna de que las palabras de Sterling son más que reprobables y que la gente como él no debería tener cabida no ya en la NBA sino en el mundo en general, pero todo lo ocurrido deja también cuestiones sin resolver sobre el pasado, presente y futuro de la liga.
Respecto al pasado, cabe preguntarse por qué la liga actúa ahora, sobre la base de unas conversaciones privadas, y no lo hizo antes, sobre, por ejemplo, los hechos ventilados en los tribunales que llevaron a Sterling a cerrar un acuerdo para evitar una condena civil por comportamientos racistas.
Las actitudes de desprecio del dueño de los Clippers hacia las minorías étnicas eran conocidas desde hace muchos años y, sin embargo, muchos parecen haberlas descubierto ahora, como es el caso de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color), una organización en defensa de esas mismas minorías que, hasta el estallido del escándalo, tenía previsto premiar a Sterling por su trayectoria y ya le había galardonado previamente.
La unanimidad en la condena de Sterling parece total en la liga y en todas las declaraciones públicas, pero, no nos engañemos, en un linchamiento pocos se van a arriesgar a defender al linchado frente a la masa enfurecida. El racismo y la intolerancia no van a desaparecer de la NBA, ni de otros ámbitos, porque lo haga Sterling y la liga, una vez puesto el listón en lo más alto, puede tener serios problemas para gestionar actitudes similares que puedan surgir en el futuro… y lo harán.
Cuestiones discutibles
Sólo Mark Cuban, siempre cómodo a contracorriente, se ha atrevido a mencionar estos días puntos que no dejan de ser escabrosos y cuestionables en todo este asunto. En primer lugar, la utilización de unas declaraciones realizadas en el ámbito privado como base de las sanciones y, además, situando el castigo por lo dicho por encima del castigo por lo hecho.
En segundo lugar, y derivado de lo primero, el establecimiento de un precedente peligroso por tratarse, no olvidemos, de una sanción exclusivamente moral, no apoyada en conductas públicas y hechos objetivos. Una sanción que castiga un comportamiento estrictamente privado, algo vetado por las leyes de cualquier país democrático, que siembra dudas sobre cómo debería actuar la NBA en el futuro ante hechos similares –aquí entramos en la “pendiente resbaladiza” de la que también ha hablado Cuban- y, sobre todo, sobre quién es el encargado de fijar unos criterios morales que, como tales, no dejan de pertenecer a la esfera privada.
Son todas estas cuestiones que, pese al desprecio personal que uno pueda sentir por gente de la catadura de Sterling, no pueden dejar de plantearse, como no pueden dejar de pensarse en las complicaciones legales que pueden surgir si el dueño de los Clippers no accede a vender el equipo.
Un camino legal que puede complicarse
Adam Silver anunció que pediría a los propietarios que votaran a favor de obligar a Sterling a vender los Clippers y no han tardado en aparecer candidatos para hacerse con el equipo, aunque el camino para lograrlo no parece ser tan sencillo como se ha dado a entender.
Expertos legales ya han hecho hincapié en la aparente falta de argumentos legales para apartar a Sterling de la liga con base en esos criterios morales de los que hemos hablado antes. Las normas de la liga contemplan la separación de un propietario en caso de problemas económicos graves en su franquicia o implicación en fraudes financieros que puedan perjudicar al equipo o a la liga, pero no hablan para nada del racismo como motivo para aplicar el artículo 13 de su constitución, ése que permitiría forzar la venta de la franquicia.
No existen ‘cláusulas morales’ específicas, que serían admisibles en un acuerdo privado como es el de constitución de la liga, ni parece existir evidencia alguna de que los Clippers se hayan gestionado de un modo racista en perjuicio de sus empleados o limitando el acceso de las minorías. Así las cosas, los propietarios de la liga, aun condenando de forma unánime el comportamiento de Sterling, pueden cuestionarse muy seriamente si tienen base para expulsarle de la liga.
Una cuestión que no es baladí pues, de no tenerla, se arriesgan a una demanda del dueño de los Clippers, apoyándose en la legislación antimonopolio estadounidense, que tendría muchas probabilidades de obtener una sentencia favorable y que podría costar mucho dinero a la liga y a sus dueños. Por no hablar de que el proceso podría alargarse durante años, con toda la incertidumbre que eso supone, impidiendo a la NBA dar carpetazo a este asunto lo antes posible, tal y como desearía.
Incierto panorama
Sterling, abogado de formación y profesión hasta que se introdujo en el negocio inmobiliario, tiene fama de ser amigo de los litigios, así que, si decide no dar su brazo a torcer, el camino hacia un farragoso proceso legal estaría abierto.
Razones para no dar su brazo a torcer tiene, toda vez que vender ahora la franquicia, dada la enorme revalorización obtenida desde que la comprara por poco más de 12 millones de dólares en 1981, le supondría, según diversas estimaciones, pagar en impuestos una cantidad que oscilaría entre los 200 y 300 millones de dólares, según el precio de venta, unos impuestos que no tendrían que pagar ni él ni su familia en caso de que, a su muerte, la franquicia pasara a manos de sus herederos.
Por si fuera poco, en caso de demanda, Sterling no dudaría en presentar como evidencia, estaría en su derecho, los posibles comportamientos racistas, públicos y privados, de otros miembros de la liga para demostrar la desigualdad de trato respecto a su caso, algo que podría hacer mucho daño a la imagen de la liga. Y cualquier acuerdo de la liga con Sterling para evitar esa situación no dejaría de ser un triunfo para él.
Si Sterling se enroca en esa posición, ¿qué haría el resto de actores? Los jugadores han amenazado con un boicot si Sterling no vende, pero ese boicot podría causar más perjuicio a la liga y a ellos mismos que al propio boicoteado.
Podría haber también un boicot de patrocinadores y aficionados, e incluso muchos jugadores se podrían negar a firmar con los Clippers, pero eso convertiría al equipo californiano, ahora mismo en su mejor momento, en un equipo paria dentro de la liga, algo que tampoco conviene a la NBA. Cualquier boicot económico podría además tener el efecto secundario de dar mayor fuerza a los argumentos de Sterling en su demanda antimonopolio al poder acusar a la liga de impulsarlo con sus acciones previas, produciéndole con ello un grave perjuicio económico.
En definitiva, si Sterling no cede, y tiene unos cientos de millones de dólares de razones para no hacerlo, la NBA puede verse metida en un túnel de incierta salida y si lo hace la NBA, conformándose con su extrañamiento de la liga y las operaciones de la franquicia, obligaría a muchos a retractarse de las grandilocuentes declaraciones de intenciones realizadas en el calor del escándalo. Cualquiera de las dos opciones tiene serios inconvenientes. Habrá que estar atento a lo que ocurra a partir de ahora, porque el ‘caso Sterling’ promete seguir coleando.