Cuando estamos a punto de concluir el período estival, se puede decir, sin género de dudas, que la NBA ha sufrido uno de sus veranos menos edificantes en el plano vital. Y es que los meses de julio y agosto nos han dejado un reguero sorprendentemente constante de detenciones que han tenido su origen en la violencia y los excesos.
Porque es 'vox populi' aquella advertencia que nos dice que el verano puede resultar muy peligroso. Y en algunos oficios más que en otros.
Por ejemplo, lo es para jóvenes que están cargados de dinero, sobrados de tiempo y faltos, en más de un caso, de una educación elemental. Las consecuencias, a la vista están.
Llama la atención en este verano la increíble e insólita concatenación de detenciones de jugadores por casos de violencia doméstica. Parece claro que las relaciones que son llevaderas durante una temporada plagada de vuelos, hoteles y pabellones en una rutina nómada, se convierten en difícilmente llevaderas cuando hay que compartir ese elemento preciado llamado tiempo.
Hasta 3 jugadores han sido detenidos por episodios de violencia de género en apenas 15 días, todo un récord. El último, el Celtic Jared Sullinger, al menos se ha disculpado públicamente, ha hecho propósito de enmienda y se ha declarado avergonzado. Le precedieron en tan deshonrosa lista DeAndre Liggins (Oklahoma City) y Ty Lawson (Denver).
A esta lacra social que es la violencia ejercida contra la pareja se sumó un ex jugador de la NBA y, para menor decoro, actual entrenador universitario, concretamente de Eastern Washington. Me refiero a Craig Elho.
Porque tampoco los entrenadores, que deberían dar ejemplo, están a salvo de cometer excesos. Es lo que le ocurrió al aparentemente juicioso Mike Budenholzer este mismo verano. El nuevo y flamante entrenador de Atlanta Hawks terminó en comisaría tras dar positivo en un control de alcoholemia. Parece éste un caso de exceso estival de manual, sin más pretensiones ni mayor recorrido. Que si una cenita, que si una quedada con los amigos o la familia… En fin, no anduvo fino el ex ayudante de Gregg Popovich esa noche.
En un campo bien distinto se encuadra Daniel Gibson rompiendo una mandíbula a un hombre en Nueva Orleans o la delirante actitud del impresentable Terrence Jones. Al jugador de los Rockets no se le ocurrió otra cosa que agredir a un pobre indigente. Una acción de lo más rastrera y que dice mucho de las pocas luces del joven NBA. Porque parece que a algunos el tedio estival se les pasa con una agresión a media tarde o una peleíta al amparo de la barra de cualquier local nocturno para calentar los músculos y liberar la mente.
El rey del mambo
Pero el rey del mambo de este verano, el auténtico monarca del culebrón mediático ha sido y es Lamar Odom, otro ídolo caído.
El bueno de Odom no ha hecho más que encadenar escándalos. Su matrimonio con Khloe Kardashian es ya una Guerra de los Rose televisada y su rendimiento deportivo en los 2 últimos años ha constituido una profunda decepción. Pero llegado este verano todo fue a peor.
Odom, que está sin equipo, o lo que es lo mismo, con mucho tiempo libre y bastante dinero en el bolsillo, la ha liado parda. Primero trascendió que llevaba metido desde hace tiempo en problemas serios con drogas duras, luego se le dio por desaparecido durante 72 horas y más tarde apareció en un hotel de L.A. rodeado de algunos amigos y luchando contra una situación problemática: su adicción a las drogas. Días después, el jugador era detenido tras conducir de forma errática, una conducción acorde con su estado vital. Odom, sin duda, se lleva la palma en este verano agitado para la NBA.
Todo este cúmulo de sucesos culminó ayer con el despido de otro clásico de los problemas extradeportivos: Michael Beasley. Phoenix Suns, cansado de sus veleidades fuera de la cancha, de su tóxica participación en el vestuario y de su irregular rendimiento en la cancha le dio boleto. Un mes antes, había sido detenido nuevamente por posesión de marihuana.
Es Beasley el más claro ejemplo de todos los citados de cómo una carrera se puede empezar a truncar a la tierna edad de 24 años. Hablamos de un número 2 del draft, un chico con talento para aburrir, y que, sin embargo, sigue sin centrar su trayectoria NBA por culpa de su mala cabeza. Al menos, el bueno de Beasley no pegó a nadie este verano. Que se sepa.