Ocurrió en Texas. Fue un gesto poco Zen. Phil Jackson perdió los nervios. Todo sucedió de repente, en un tiempo muerto, ante miles de personas situadas en la grada, ante millones de ojos aferrados a la televisión. Resultó una visión poco edificante, extraña, premonitoria del desenlace. Nunca la desunión ganó batallas. Y los Lakers perdieron.
Phil Jackson es humano y un enorme entrenador, de esto último tampoco hay duda. Pero sucede que las leyendas (y Jackson es ya legendario) son edificios llenos de trampas que a veces causan un sobresalto, si no una desgracia. Una de esas trampas, en forma de situación inesperada, se tragó anoche la flema falsa del técnico de Montana, engullido por los acontecimientos.
Porque fue un gesto poco Zen, nada Zen en realidad. Jackson gritando a Pau Gasol y Andrew Bynum en un tiempo muerto. Hasta ahí todo anormal pero asumible. Una escena muy poco oriental en las formas, pero hasta cierto punto llevadera en un ambiente tan cargado como el que se vivió anoche.
Lo peor, sin embargo, no había llegado. Porque el golpe de Phil Jackson en el pecho de Gasol... Eso no, eso no debe hacerlo ni un entrenador Zen, ni un entrenador pasional de la Albania comunista.. es un gesto poco profesional, inútil desde el punto de vista de la motivación al jugador, ordinario, chabacano y callejero, muy poco reflexivo, estúpido, en resumen.
Nadie duda de la horrible postemporada que está haciendo Gasol (y sus compañeros, no olvidemos), como nadie debería dudar de la calidad del español. Como nadie duda tampoco de la sabiduría baloncestística de Jackson, ni nadie debería dudar de que su gesto fue un error monumental.
Adiós a la sabiduría oriental
Está claro que la “Pefecta Iluminación” del 'Maestro Zen' se trocó anoche en “Perfecta Oscuridad”, que al “Señor de los Anillos” le salió a borbotones el ego acumulado en sus 13 anillos, un ego que recorrió su brazo y su mano hasta tocar el pecho de Pau. Ese ego experimentó una idea que nunca había pasado por la cabeza de su propietario: la idea de despedirse del baloncesto con un 4-0 en contra, con una humillación. Esa idea causó primero un malestar arrebatador en Jackson y luego un intenso pavor. Se puede decir que Jackson que fue presa de lo que los latinos llamaron “horror vacui”. Y el horror llevó al horror.
Lo de Jackson en Dallas más que un despertar del Nirvana fue un dormirse en el pánico o, si lo prefieren: un despertarse de golpe de un largo y bello letargo para caer de bruces en la realidad más salvaje, la de Rick Carlisle devorando su leyenda.
Los jugadores angelinos miraban atónitos la escena y algunos intentaron poner cordura o consuelo en el guirigay. Kobe, no, Kobe estaba a lo suyo, sentado en la banca, como si no le importara lo más mínimo el acto que representaba el final simbólico de los Lakers. Un final, que de hacerse efectivo, llevará a la franquicia californiana a una obligada meditación este verano. Meditación, palabra bien Zen, por cierto.
Resultó curioso ver cómo Jackson perdía los papeles con Gasol, el jugador de la plantilla que más se le asemeja por su perfil culto, educado y sereno, poco proclive al exabrupto. Vamos, llama la atención que todo este desaguisado sucediera con el jugador con el que el técnico comparte algunas lecturas (no me imagino a Phil Jackson recomendando un libro a Ron Artest) y ciertos vínculos culturales a pesar de ser extranjero.
Y tanto fue el cántaro a la fuente que hasta el para algunos pusilánime Gasol estalló y en un posterior tiempo muerto mandó a paseo a su entrenador en un momento especialmente tenso. Las imágenes no dejan lugar a la duda. Como ven, todo muy alejado de aquel ancestral Tao: tolerancia, humildad, sosiego. Parece claro que los Lakers viven estos días en las antípodas de la sabiduría oriental y su imagen bien que se está resintiendo.
Con estos mimbres, con el dúo Kobe-Pau más frío que nunca, con Jackson abroncando a Pau y Bynum, con el equipo desquiciado y la afición atónita... los Lakers hablan con la boca pequeña de remontar un 0-3, algo que no ha ocurrido nunca. La estadística es tozuda: 98-0. ¡Fíjense qué reto!. Eso sí que sería alcanzar el Nirvana.