Blake Griffin me ha impresionado. No es que antes, en la universidad, no me hubiera impresionado, que lo hizo y mucho, es que, a fuerza de ser sinceros, no esperaba el impacto que está teniendo en su debut en la NBA y menos aún tras la gravísima lesión de rodilla que le dejó en blanco la pasada temporada.
Algunos ya habían establecido paralelismos trágicos entre Greg Oden y Blake Griffin. Dos números 1 del draft, dos hombres destinados a marcar diferencias en la NBA, dos jóvenes que ven truncado su primer año como profesionales por sendas lesiones graves de rodilla... Todas las papeletas para convertirse en dos juguetes rotos a las primeras de cambio. Y reconozco que por un momento me dejé arrastrar por ese pensamiento pesimista.
Esta temporada se presentaba como la del sí o el no para ambos, y los signos que dejan Oden y Griffin en este inicio de campaña son bien opuestos, pero cuidado, que la vida da muchas vueltas.
Lo de Oden parece cantado. Es carne de cañón. Lo suyo ya va para demasiado largo. Pasa el tiempo y ni siquiera pisa la cancha y cuando lo ha hecho le hemos visto a medio gas. Ni su equipo, Portland, parece apostar ya por él. Definitivamente, han visto claro que el futuro de la franquicia de Oregón no pasa por el gigante que tanto impresionó en la NCAA.
Lo de Griffin es otra cosa. Tras un año en blanco, viéndole jugar estos días parece como si nunca hubiera sufrido una lesión de rodilla. Está como nuevo. Pero existe un riesgo: su juego explosivo es un peligro constante para su físico. Cualquier día se puede romper en una de sus mayúsculas salvajadas, pero mientras eso no ocurra, ¡disfrutemos de su magia!.
¡Qué bueno es este tío!
No se encuentra todos los días un jugador como Blake Griffin. Algunos podrían pensar que el chaval, nacido en Oklahoma City (¡qué tándem formaría Griffin con Kevin Durant!), se mostró espectacular en la Universidad de Oklahoma, en los Sooners, porque estaba en casa, bien adaptado, entre los suyos. Algunos, por lo tanto, podrían dudar de su salida a tierras californianas y, por qué no decirlo, de su paso del baloncesto 'aficionado' al profesional. No ha lugar para esas dudas. Aunque a toro pasado todo es siempre mucho más fácil.
Porque Griffin, como digo, es un chico especial. Basta con verle en movimiento unos minutos por la cancha para percibir que en su piel mestiza anida ese espíritu de chico nacido para ser una estrella.
Este ala-pívot de apenas 2,06 de altura es una joya. Resolutivo en el uno contra uno, inteligente en la pista, bota bien y corre bien la cancha, tiene pies rápidos y manos hábiles y poderosas, un control del cuerpo en el aire envidiable, coordinación asombrosa, instinto reboteador, aplicación en el juego colectivo, que entiende bien, sentido de la distribución del juego con buena disposición y fundamentos para el pase, agresividad de cara al aro, lo que le lleva a forzar muchas personales de tiro...Además, posee mentalidad ganadora, ambición, confianza ciega en sí mismo... y, sobre todas esas grandes cualidades, deja de una pieza a cualquiera por su explosividad: ese salto, ese primer paso, esa contundencia.
Por supuesto, no es perfecto. Es muy joven y le quedan muchos detalles por pulir. Tres están a la vista y bien los conoce el propio jugador: mejorar su efectividad en los tiros libres (más teniendo en cuenta la cantidad de veces por partido que se planta en la línea de castigo), tener mayor consistencia en defensa y alquirir un tiro eficiente desde los 4 o 5 metros. Eso sin contar que sus 2,06 representan un escollo para algunas batallas en los aros, aunque este aspecto, viendo su físico, su técnica individual y su determinación se antoja menor, casi insignificante para ser sinceros.
Porque qué quieren que les diga, el número 32 de los Clippers es ¡rematadamente bueno!. Su entrenador en los Clippers, Vinny del Negro, lo sabe; su agente, Sam Goldfeder, lo sabe; su otrora técnico en la Universidad de Oklahoma, el ex jugador de Duke Jeff Capel, lo sabe; su hermano Taylor, que milita en Phoenix Suns, lo sabe... Cualquiera que tenga ojos y cierta sensibilidad para el basket lo sabe. La cuestión es saber si su físico aguantará este juego tan explosivo y la ambición del jugador de maravillar al mundo en cada jugada. Por de pronto, Griffin tiene 21 años y el futuro es suyo. Esperemos, por el bien del baloncesto, que lo sea por mucho tiempo.