Steve Nash está de vacaciones con el cuerpo magullado y el rostro desencajado -en el sentido más literal- tras la ardua batalla de los playoffs, otra postemporada en la que se ha quedado a las puertas del título tras dejarlo todo sobre la cancha.
Porque lo ha dejado todo: el ojo, la nariz, los pulmones... Y es que hay que decir, sin ningún rubor o temor a ser criticados, que el canadiense Steve Nash, ya cerca de los 40, es el último gran guerrero de esta NBA.
Cuando se habla de jugadores con garra, batalladores, luchadores, sufridores, duros, intensos... nunca se menciona al base canadiense. Tal vez porque estemos hablando de un jugador dinámico, inteligente, elegante, sobrado de virtudes técnicas, construido como armador de juego sobre los conceptos que dieron al baloncesto su más alta estética (tiro-pase-dribbling-fundamentos)... y por lo tanto en las antípodas de esa fotografía del llamado jugador intenso, cargado de agresividad, una fotografía, por cierto, que se cae de simple y de viciada.
En cuanto a Nash, no hay duda de su ímpetu guerrero. Estamos hablando de un jugador que jugó tuerto todo un cuarto -además el último de un partido- a un nivel excelente sin hacer amago alguno de abandonar la cancha, estamos hablando de un señor al que le partieron la nariz y siguió jugando tan campante, estamos hablando de una estrella que disputó un partido horas después de ser operado de esa nariz y lo jugó sin protección facial de ningún tipo...
Y todo ello en los presentes playoffs, en apenas un mes de competición. Porque ya antes, en pasados campeonatos, jugó con la nariz quebrada, regó con su sangre la pista y tras atajar la sangría salió a botar la bola alegremente...
Por no hablar de esa espeluznante imagen que se nos presentó de golpe hace unos días. Recién operado de la nariz y sin protección alguna recibió un nuevo golpe en su apéndice y él mismo, sin ayuda de nadie y en medio de la pista, se colocó el tabique ante la mirada atónita y de horror de su compañero Grant Hill. Y siguió jugando como si nada. Luego diría que eso de colocarse uno la nariz en su sitio sólo se puede hacer en caliente, que una vez se enfría la cosa no hay quien mueva todo ese volumen óseo. ¡Alucinen, señores!.
Se acabaron los disfraces
Mientras tanto, la NBA o, mejor dicho, los medios de comunicación estadounidenses nos siguen vendiendo otro tipo de guerreros. Me refiero a los Matt Barnes, Chris Andersen o el ya retirado Bruce Bowen, por poner algunos ejemplos. Jugadores que defienden a base de físico (¡cuánto pierden algunos de estos chicos en zona!) y cuyos fundamentos ofensivos se pueden catalogar, siendo generosos, de rudimentarios. Bueno, siendo muy generosos.
Son jugadores sucios, hechos a sí mismos, necesarios para un equipo, no cabe duda, y un pelín macarras por lo general, aunque también los hay aplicados y tranquilos.
Pero llega Nash, y en esta NBA tan llena de chicos duros, de jóvenes musculados ejerciendo de machitos, de tristes y vulgares pandilleros, de deportistas mal encarados y de limitadísima educación -en el sentido más amplio de la palabra-... en esta NBA de 'gipjoperos' ostentosos y pistolas en los vestuarios, digo, llega Nash, un blanquito enclenque, educado, con amplia formación vital, exquisito en su trato con este deporte, y pone sobre la pista el sentir más comprometido con el baloncesto y con la vida, el alma más salvaje y el mensaje de mayor coraje de todos los dados hasta la fecha.
Porque se trata de un mensaje que tiene forma y tiene fondo, porque es el más veraz, el más auténtico y el más creíble de los mensajes guerreros de esta NBA hipermusculada e hipermacarra a la que le sobran mensajes vacíos y le hacen falta, cada día más, mensajes cargados de belleza.