La imagen triunfal de los Celtics levantando el trofeo de campeones de la NBA habrá aguado no sólo las ilusiones de los aficionados de los Lakers sino también las previsiones de los muchos agoreros que, desde que Danny Ainge diera el gran golpe de mano en el mercado veraniego al hacerse con los servicios de Kevin Garnett y Ray Allen sin prescindir de los de Paul Pierce, no habían parado de ver inconvenientes en una operación llena de riesgos deportivos y especialmente económicos, dado el montante salarial que suponía para la franquicia asumir la nómina de las tres estrellas.
La operación, no cabe duda, era tan ambiciosa como arriesgada. Juntar a tres estrellas de ese calibre obligó a los Celtics ha prescindir en los traspasos de la práctica totalidad del resto de su plantilla. Asumían un compromiso financiero nada desdeñable: los contratos de sus tres estrellas sumaban, sólo en este año, 60 millones de dólares en salarios, lo cual dejaba muy poco margen para cubrir con hombres de calidad contrastada el resto de los puestos de la plantilla.
Además, las tres estrellas superaban ya la treintena lo cual exigía una rápida amortización de la inversión por dos razones obvias. En primer lugar, la teóricamente limitada vida útil –entiéndase esto como capacidad de jugar a su máximo nivel- de los tres jugadores dada su edad y la dificultad para mantener en el tiempo un esfuerzo económico de la magnitud del que afrontaban los Celtics.
No era sólo Ainge quien, tras una trayectoria marcada por discutibles decisiones y los pobres resultados de un equipo histórico embarcado en una larga travesía del desierto, se jugaba la cabeza. Era la propia franquicia quien ponía todo su entramado, toda su solidez financiera, toda su historia en juego en pos de un único objetivo: volver a lo más alto, a ganar por decimoséptima vez un título que les esquivaba desde hace 22 años. No cabía otro resultado más allá de la victoria.
Los problemas y ...
Pero antes ya de empezar la temporada empezaron a surgir las primeras voces que ponían en duda el futuro de este órdago, de este todo o nada lanzado al resto de la liga por su franquicia más laureada. Esas voces se fueron haciendo más numerosas y sus argumentos, pesimistas pero no exentos de razones, fueron calando en muchos de los que seguimos la liga, que, hay que decirlo, no hemos terminado de creer en la victoria de los Celtics hasta que han levantado la copa de campeones…o quizás un poco antes.
Basta echar un vistazo a las previsiones de los analistas al comienzo de la temporada para ver qué pocos eran los que apostaban por los Celtics. La gran mayoría situaba como campeón a un equipo de la conferencia más fuerte, la Oeste, y eran pocos incluso los que veían a los Celtics en la final de la liga tras ganar la conferencia Este (muchos menos en todo caso de los que apostaban sin ir más lejos por los Bulls, uno de los grandes fiascos de la temporada si no el mayor).
La lista de problemas que se enumeraban era larga y, aunque fuera por acumulación, difícil de solucionar. Se decía que tres estrellas acostumbradas a ser el centro del juego de sus respectivos equipos no podrían funcionar en un mismo conjunto, que sus egos chocarían y sus estilos de juego entrarían en conflicto. Se decía también que los Celtics no serían capaces de reunir una plantilla de garantías que envolviera el juego de su gran trío tras haberse empeñado financieramente en su contratación. Se decía que, ante la falta de banquillo, Pierce, Allen y Garnett tendrían que jugar demasiados minutos y se resentirían físicamente, que no llegarían con suficiente frescura al final de la temporada. Se decía que carecían de un base de garantías capaz de llevar a un equipo a lo más alto. Y se decía, por último, que el técnico de los bostonianos, Doc Rivers, no tenía suficiente experiencia, suficiente capacidad, para manejar los egos de sus jugadores estrella ni para llevar este proyecto adelante. Y todo esto se siguió diciendo aun después de cerrar la temporada regular como el mejor equipo con 66 victorias.
... las soluciones
Para todos estos problemas los Celtics encontraron soluciones. Ainge y sus hombres consiguieron, a pesar de las limitaciones, reunir a lo largo de la temporada una plantilla que aunaba a jóvenes llenos de energía con veteranos hambrientos de triunfo, unidos todos por un objetivo común, el título, y guiados no ya por una estrella sino por tres.
Las tres estrellas a su vez consiguieron encontrar cada una su propio lugar en el firmamento. El fantasma de las colisiones desapareció y el equipo comenzó a funcionar como tal. Mención especial merece en este apartado Kevin Garnett.
El ala-pívot de Carolina volvió a demostrar que detrás de su mirada arrogante y su en ocasiones soberbia actitud ante los rivales, se esconde no sólo un grandísimo jugador sino una de las superestrellas de este deporte que mejor entiende que su papel está al servicio del equipo y que, huyendo del deslumbramiento pero sin dejar de brillar, puede lograr que todos a su alrededor luzcan más y mejor. Sin desmerecer la grandísima labor de Pierce y Allen, ha sido Garnett, sin duda, el hombre que más pegamento ha puesto a la hora de cohesionar este equipo sobre la pista.
Al impecable rendimiento de su trío estelar, los Celtics unieron el descubrimiento de Rajon Rondo como un base sólido y perfectamente capaz no sólo de dirigir al equipo sino de aportar mucho en lo individual, convirtiéndose en muchas ocasiones en muleta de los Celtics en los días en que alguna de sus figuras cojeaba.
Y por último, Doc Rivers. El técnico de los Celtics ha demostrado a todos aquellos que dudaban de él que se equivocaban. Ha sido capaz de conjugar los egos de sus estrellas, ha sido capaz de urdir un brillante entramado táctico al servicio de sus mejores jugadores y de sobrevivir cuando alguno de ellos ha estado ausente física o mentalmente de un partido. Ha sido capaz de crear equipo donde sólo parecía haber individualidades y sacar lo mejor de cada uno de los hombres que se han sentado en su banquillo y para rematar, ha sabido imponerse tácticamente a uno de los entrenadores legendarios de esta liga, Phil Jackson, y además en el terreno que mejor conocía éste, el de las grandes finales.
Justos vencedores
Por todo ello, por la capacidad de Boston para solventar todas estas dificultades, por la brillante labor de todos y cada uno de los miembros de la franquicia, hoy, en el día de la victoria, sólo cabe reconocer una cosa: ha ganado el mejor.
Por encima de las dudas planteadas a lo largo de la temporada se ha impuesto el mejor equipo, porque el juego de conjunto y no otra cosa ha sido la clave de su victoria y lo ha demostrado cuando había que hacerlo, en la final, donde ha sido superior, sin paliativos, a unos Lakers cuya rotunda derrota en el último partido de la serie no debe desmerecer la gran temporada realizada por el conjunto californiano.
Y por eso, porque llegado el final de temporada y dejando atrás simpatías o antipatías hay que dar al césar lo que es del césar, hay que decir bien alto que los Celtics son justos vencedores. Y se lo dice alguien que no se viste de verde para ver los partidos de la NBA, alguien que durante gran parte de la temporada ha estado más cerca de los agoreros que de sus contrarios, pero alguien, en el fondo, a quien simplemente le gusta el baloncesto y que tras la gran fiesta que representa para cualquier aficionado la disputa de las finales, no puede sino rendir pleitesía al merecido vencedor de esta temporada, los Boston Celtics.