¿A qué obedecen los sentimientos de un profesional... del baloncesto?. Una pregunta cuya respuesta resulta sencilla: a la victoria.
Cuando un jugador o un entrenador ha llegado tan alto como los componentes de los Lakers y los Celtics, cualquier otro sentimiento es incapaz de subyugar los apetitos más inmediatos de un superprofesional: la ambición, el orgullo, la necesidad imperiosa de la victoria, el espíritu competitivo más extremo. Ahí, en ese caldo de cultivo, las raíces personales se desvanecen, nadie tiene tierra, ni hogar, ni amigos... todo eso no son más que puntos débiles a eliminar.
Digo todo esto porque esta noche, en la gran final de la NBA que van a empezar a disputar los Lakers y los Celtics, se va a dar una circunstancia muy especial. Medio equipo de Boston es de California, algo así como meter a la zorra en el corral... en otras circunstancias claro, no en el mundo hiperprofesionalizado del deporte.
Es normal comprobar que nadie de los Celtics es de Boston, ni siquiera de Massachusetts, mientras que en los Lakers hay un par de jugadores de California (Farmar y Walton). Nada que sorprenda, toda vez que California es como un gran país dadas sus dimensiones y población. Pero la sorpresa llega cuando uno examina la plantilla de los célticos y se encuentra con que medio equipo es de la soleada California.
De costa a costa
La lista la encabeza el más Laker de los Celtics, Paul Pierce, una de las grandes estrellas del equipo de Doc Rivers. Nacido en Oakland y criado nada más y nada menos que en Inglewood, a escasos minutos del Forum, el mítico pabellón otrora casa de los Lakers. Se crió Pierce en el más profundo amor por los Lakers y el más recalcitrante odio por los Celtics. Y ahora, pues ya ven, con una pasión más propia de diván de psiquiatra, arrastrando su complejo de Edipo por todas las televisiones.
Si sólo fuera Pierce. Pero es que la lista es llamativa, empezando por el ‘Big Three’, que es mayoritariamente californiano, toda vez que Ray Allen es paisano de Paul Pierce, es decir, nació a más de 4.000 kilómetros de la ciudad del equipo que le paga.
Esa lista se completa con Eddie House, Leon Powe, Gabe Pruitt (que es como para no contarle dado su peso en el equipo) y Brian Scalabrine, ese jugador con pinta de bebedor de cerveza irlandés con el que tanto se ha identificado la afición bostoniana, ya que representa como nadie el espíritu irlandés de la ciudad y el pasado blanco de la franquicia.
Es ahí, con Scalabrine, donde la esquizofrenia se apodera de la grada del TD Banknorth Garden, porque su jugador fetiche no es que sea californiano, es que es californiano-californiano de las mismísima California, es decir, nacido en Long Beach y criado baloncestísticamente en USC, la Univesidad del Sur de California.
Está claro que si este equipo se llamara California Celtics se ajustaría más al patrón actual, un patrón, por cierto, que está en plena contradicción con su patrón del pasado.
Blancos y negros, nacionales y extranjeros
En esto ambos equipos están iguales: el equipo blanco de los 80 –los Celtics- ahora es el que basa su grandeza en el ‘black power’, y el equipo negro del showtime ochentero –los Lakers- parece haberse desteñido al decantarse en los últimos años por los inmigrantes europeos.
Y es que los Lakers actuales tienen hasta 5 extranjeros: un español (Gasol), un francés (Turiaf), un serbio (Radmanovic), un esloveno (Vujacic) y un congoleño (Mbenga). Bueno, y para que no falte de nada hasta un estadounidense de origen hispano muy apropiado para tierras californianas: Trevor Ariza.
Mientras, en Boston, nada de nada, ni un solo componente que no sea patrio. Sus fronteras, al contrario de las de la mayoría de los equipos de la NBA, son impermeables.
Se puede decir, que en el fondo los Celtics siguen siendo los Celtics, es decir, un reducto de espíritu conservador poco dado a los retoques, aunque sean discretos.
En la década de los 80, cuando todos los equipos grandes de la NBA eran producto de los 70, es decir, del modo de entender el baloncesto de la raza negra, los bostonianos seguían anclados en su universo de equipo blanco para aficionados blancos. Sólo hay que echar un vistazo al equipo que jugó en 1987 la última final de la NBA de la franquicia: Larry Bird, Kevin McHale, Danny Ainge, Bill Walton, Fred Roberts, Rick Carlisle, Scott Wedman, Greg Kite, Jerry Sichting... un blanco salar en medio de la tierra negra volcánica del resto de la liga.
Ahora, aunque parezca que el espíritu de los Celtics ha cambiado, no lo ha hecho. Ellos siempre llevan 20 años de retraso. En estos momentos, el poder negro ya se ha instalado en la franquicia, y suponemos que dentro de 20 años se habrá instalado el poder internacional, ya que, hoy por hoy, su número de extranjeros es igual a cero.
Mientras, en los Lakers siempre han ido en la dirección opuesta a su eterno rival. En los 80 eran un equipo de negros nacido para el showtime (‘Magic’ Johnson, James Worthy, Byron Scott, Michael Cooper, Kareem Abdul-Jabbar, A.C.Green, Michael Thompson...) con elementos residuales que blanqueaban su composición. Y es que sólo un blanco, Kurt Rambis, tenía un cierto peso en el equipo, ya que el resto –Frank Brickowski o Mike Smrek- eran altos y poco más.
Han pasado 20 años, y ya en pleno siglo XXI, los Lakers se han enganchado, como ya dije, a la pasarela internacional en la que se ha convertido, gracias a Dios, la NBA. Pero su gran ‘batallón blanco’ no es solo producto de la llegada de extranjeros. Sí, los hay foráneos –Gasol, Radmanovic, Vujacic-, pero también de origen doméstico –Walton, Mihm-.
Un batiburrillo de relaciones
Cuando uno empieza a comparar dos momentos de la vida tan separados en el tiempo, las dos décadas que separan las finales de 1987 y 2008, es normal caer en el laberinto de relaciones que se teje entre un momento y el otro.
Empecemos por los dos General Manager. Ambos fueron jugadores de sus actuales equipos en los 80: Danny Ainge en los Celtics y Mitch Kupchak en los Lakers. Y qué decir de los técnicos asistentes del equipo angelino. Dos tienen un pasado marcado por el equipo californiano como jugadores: Kareem Abdul-Jabbar y Kurt Rambis, y el tercero es el ejemplo más notorio de centauro deportivo mitad Laker-mitad Celtic. Les hablo de Brian Shaw, aquel gran jugador de perímetro que inició su carrera en la NBA en los Boston Celtics y la concluyó 15 años después en Los Angeles Lakers, equipo en el que ahora es asistente.
Un camino (California-Massachusetts) que no dudó en recorrer también un californiano de pro, padre de uno de los protagonistas de la final. Me refiero a Bill Walton, que terminó su carrera baloncestística en Boston, precisamente en 1987, la última vez que los Celtics se enfrentaron en la final a los Lakers.
Pero es que los casos de experiencias compartidas, ya sean vitales o exclusivamente deportivas, son, como ya les he dicho, muchos: Shaw, Walton, Pierce, Scalabrine son sólo algunos ejemplos.
Y es que si los profesionales echaran mano del corazón, tendrían en muchos casos el corazón partido. Pero su corazón es otra cosa cuando llega el momento. Es un arma letal de bombear sangre para poder correr más, saltar más y soportar mejor el esfuerzo. En la pista sus corazones se centran en un único objetivo: ganar. Lo demás es secundario.