La NBA empezó a desarrollar en los últimos tiempos una normativa tendente a que los partidos no se eternicen y duren menos tiempo, pero esa normativa choca contra la realidad impuesta por las revisiones de jugada en momentos cruciales del juego.
Esa tendencia a la revisión para evitar el error llegó ayer a su máxima expresión tanto en el segundo choque de la eliminatoria Bucks-Heat como en el séptimo y último juego del Rockets-Thunder, ambos encuentros con finales muy apretados.
Ocurrió lo mismo en los dos partidos: ¡El último minuto de juego duró 16 minutos reales! El tiempo extra se fue entre parones por faltas, tiempos muertos y largas revisiones arbitrales con el vídeo como protagonista.
Eso hizo que el primer partido (Milwaukee-Miami) durara nada menos que 2 horas y 47 minutos, lo que obligó a la cadena ESPN, que retransmitía la jornada de ayer, a comerse gran parte de la retransmisión del primer cuarto del Houston-OKC (el primero juego del día empezó con el retraso habitual a lo que se sumaron esas 2 horas y 47 minutos de partido).
El Rockts-Thunder tampoco es que durara poco, ya que se prolongó hasta las 2 horas y 30 minutos.
Esta doble situación resulta preocupante para la NBA y su propósito de agilizar el juego para adaptarlo a los criterios televisivos imperantes.