“No haré una rueda de prensa para decir que estoy retirado”. Corría el año 2009, mes de septiembre, cuando Scot J. Pollard se manifestaba de ese modo en Serbia. Había acudido al corazón de la vieja Yugoslavia, ya extinta, para compartir un partido amistoso con su amigo y ex compañero en los Kings, Vlade Divac. En realidad, llevaba ya más de año y medio sin jugar.
Un año antes había ganado un anillo con Boston Celtics sin jugar un solo minuto en los playoffs. Su despedida fue, por lo tanto, como la de un campeón... un campeón a su modo... extravagante, a contrapelo (nunca mejor dicho), como él mismo. Un campeón invisible.
La visibilidad, sin embargo, nunca fue un problema para este jugador nacido hace 38 años en Utah, tierra mormona poco dada al exhibicionismo. Nunca fue un problema porque Scot terminó midiendo 2,11 y por si fuera poco se dedicó durante su carrera deportiva a coronar su cabeza de los modos menos convencionales. Era un tipo llamativo.
“Cumbres borrascosas”, le llamaba el bueno de Andrés Montes. Lo fueron siempre. Su cabello fue una fábrica de experimentos, a cual más arriesgado. A Pollard le pudimos ver con peinado mohawk, tirando de cresta neopunk, calvo, con cola de pony, que llegó a ser doble cuando defendió los colores de Pacers, con pelo largo controlado con cinta, con mechón en punta en el centro de una cabeza calva... ¡Y sus patillas...!. Sus patillas marcaron época. Llegaron a crecer hasta la perilla para juntarse con ésta en su parte alta.
Pocas veces se ha visto converger patilla, bigote y perilla en un punto. Ese punto lo logró Pollard, que combinó bigote, barba, perilla y cabello para cambiar de personaje a su antojo. Durante una época, por ejemplo, pareció Sansón en su versión de película technicolor... Porque estamos ante el mormón de las mil imágenes, el jugador de las caracterizaciones imposibles. Un mormón atípico.
El universo mormón no debió llevarlo muy bien en su infancia y adolescencia el pequeño Scot. Su padre, Pearl, jugó al baloncesto en la Universidad de Utah y fue un devoto creyente. Pero el hijo le salió algo rana. Nunca practicó la religión y terminó en los Celtics pidiendo el dorsal 666. Era un canto a la Bestia, una petición imposible de satisfacer, y, evidentemente, le dijeron que se tendría que conformar con el 66.
Esa campaña con los Celtics, la última de su carrera, jugó en la primera parte de la temporada regular, pero luego quedó relegado al fondo del banquillo. En playoffs, no vio bola. Pero fue campeón en su undécimo y último año en la NBA.
Formado en la prestigiosa Universidad de Kansas y drafteado por Pistons en 1997 en el puesto 19, Pollard se definió siempre como un buen defensor con limitadas dotes ofensivas. Las lesiones no le ayudaron. Jugó 506 partidos de temporada regular promediando 4,4 puntos y 4,6 rebotes y 60 de postemporada. Detroit Pistons, Sacramento Kings, Indiana Pacers, Cleveland Cavaliers y Boston Celtics vieron cómo lució su particular peluquería. El momento culminante fue verle compartir equipo en Cleveland con Anderson Varejao. Aquella dupla sirvió para que algunos les tomaran el pelo. No era para menos.