El rechazo por parte de los jugadores de la última oferta presentada por la liga aumenta la incertidumbre sobre el futuro de la temporada y la peligrosa deriva que está tomando un conflicto que amenaza con estallar definitivamente, pese a estar las partes cada vez más cerca.
Como aficionado, uno no puede dejar de tener la sensación que tendría un anfitrión al ver a sus invitados discutir ferozmente por el reparto de la comida que les ha servido, es decir, perplejidad e indignación. Porque ambas partes parecen haberse olvidado de que ese montón de dólares por el que se pelean sale en última instancia de los bolsillos de quienes ahora mismo no tienen espectáculo del que disfrutar.
Uno también, como trabajador, no puede dejar de simpatizar con la posición de los jugadores de la liga, muy bien pagados pero trabajadores al fin y al cabo, y generadores sin duda del gran negocio que es hoy en día la NBA. A ellos son a los que los aficionados siguen y a los que quieren ver y sin ellos, el negocio del baloncesto no existiría.
Está claro que en estas negociaciones los únicos que han cedido hasta el momento, y mucho, son los jugadores y a cambio de prácticamente nada, y probablemente han sido también quienes peor han gestionado este proceso, tanto de forma interna como de cara al público.
La posición de los propietarios
Puede entenderse que los propietarios de los equipos pretendan equilibrar un reparto que, en su opinión, les perjudicaba, pero no el que lo pretendan hacer de un solo golpe, sin contraprestaciones, a base de ultimátum y con unas formas más que discutibles, apoyándose en la indudable extorsión que supone el cierre patronal.
Al fin y al cabo, nadie les puso una pistola en la cabeza ni a ellos ni a sus ejecutivos, por cierto, también muy bien pagados, para firmar contratos disparatados que no tenían sentido desde su inicio (véanse los casos de Rashard Lewis o Gilbert Arenas entre muchos otros) y a nadie pueden echar la culpa, salvo a ellos mismos, aunque ahora pretendan tapar sus malas decisiones bajo la excusa de que “las reglas me lo permitían” y quieran restringir esas reglas para evitar hacerse daño a sí mismos.
Pretender que todos los equipos compitan en igualdad es una quimera en la que no creen ni ellos mismos, aunque quieran hacernos creer que es su objetivo en estas negociaciones, y lo cierto es que, con el sistema vigente hasta hoy, todos los equipos han tenido, en un momento u otro, su oportunidad, aunque muchos la hayan desaprovechado.
Está claro que los equipos grandes siempre tendrán más oportunidades que los demás -aunque ahí están las muy diferentes trayectorias de los Lakers y los Knicks, los más poderosos económicamente dentro de la liga-, pero esos equipos son necesarios en cualquier competición y además resulta inevitable que franquicias situadas en mercados mucho más atractivos cuenten con más posibilidades financieras, como lo es que los jugadores prefieran el sol de Florida o California al frío polar de Minnesota.
Otras franquicias mucho menos poderosas, como los Spurs o los Thunder y Grizzlies este mismo año, han conseguido ensamblar conjuntos exitosos con muchos menos medios gracias a una buena gestión del draft y los traspasos y ahí es donde está una de las claves del éxito en la liga. La NBA no debería achacar a los jugadores fallos que derivan únicamente de la incompetencia de ciertos directivos y propietarios.
Las franquicias han rascado ya suficiente el bolsillo de los jugadores en esta negociación y su intento de seguir exprimiendo aún más la posición de fuerza que les concede el cierre patronal es completamente innecesario y amenaza con terminar volviéndose contra ellos. “La avaricia rompe el saco”, dice el viejo refrán y deberían recordarlo.
La posición de los jugadores
En cuanto a los jugadores, el resultado de la negociación deja claro que no han sido los más habilidosos a la hora de maniobrar y manejar los tiempos de la misma. Han dejado que la liga les lleve a su terreno y les ha dado por ‘ponerse dignos’ tal vez en el peor momento, cuando su posición puede ser peor entendida por un buen número de aficionados.
Parece demasiado tarde para resucitar la opción de disolver el sindicato, una opción que les podría haber dado mucha más fuerza hace unos meses, pero que ahora no parece que pueda llevarles a ningún sitio, salvo a una cancelación de la temporada que provocaría el enfado de los aficionados y que un buen puñado de propietarios podría incluso llegar a celebrar.
Por otro lado, las diferencias que se discuten ahora mismo parecen ‘pecata minuta’ comparadas con lo ya perdido y más cuando muchos jugadores, sobre todo aquéllos con una peor situación económica, están deseando jugar para poder cobrar sus cheques.
Con la última oferta de la NBA, lo cierto es que los ingresos de los jugadores aumentarían probablemente en los próximos años, en cifras absolutas, por lo que tampoco puede considerarse un mal acuerdo. Pero el sindicato parece estar defendiendo unos intereses más que otros.
No hay que olvidar que 334 de los 472 jugadores que el año pasado participaron en la liga, un 70%, no alcanzó a cobrar los 5 millones de dólares de la peleada excepción de medio nivel y que casi la mitad no llegaron a los 2 millones.
A esos jugadores es a los que menos afectan las diferencias por las que ahora se pelea, al contrario que a las estrellas que, por otra parte, tienen muchas más posibilidades de redondear sus ingresos a través de la publicidad y otros medios.
Por eso tal vez, el sindicato, en una decisión criticable y poco democrática, no ha querido someter a votación general la última propuesta. Tal vez temieran que fuera aceptada por esa mayoría de jugadores modestos. Parecen más interesados en defender a la clase alta que a la baja dentro del colectivo de jugadores de la liga.
Tal vez hubiera sido mejor, desde un inicio, dar facilidades a los propietarios -en forma, por ejemplo, de menores garantías contractuales- para desprenderse de los jugadores que no justifican lo que cobran –se acabaría así con esa figura del jugador que sólo rinde al máximo nivel en su último año de contrato- y así facilitar las mejoras salariales de quien lo merece por su rendimiento en la pista y, de paso, evitar otros sacrificios.
En cualquier caso, ya es demasiado tarde para cambiar una estrategia probablemente equivocada. Lo mejor que pueden hacer unos y otros es ponerse de acuerdo cuanto antes y dejar que comience el espectáculo de verdad, el baloncesto. Todo lo que no sea eso, sólo irá en perjuicio de la propia NBA de la que todos forman parte.