Jugó en los Spurs, llegó a ser campeón de la NBA y se retiró del baloncesto tras una brevísima estancia en Portland, pero la inacción ha podido con Fabri. A pesar de su corazón y de sus 36 años, el cordobés se empeñó en volver y lo ha logrado en su casa, en Mar del Plata.
Si el FIBA Américas (o Preolímpico americano, si lo prefieren) tiene un toque humano, ese toque pleno de sensibilidad tiene que ir de la mano del pívot de Las Varillas, todo pasión, todo sentimiento.
Y es que Oberto logró meterse en el 12 albiceleste de cara al Preolímpico de Mar del Plata (Argentina). Su empeño sin límites le está llevando a compartir vestuario con sus compatriotas que siguen en la NBA -Ginóbili, Scola, Nocioni y Delfino-, pero también con grandes veteranos con los que acumula increíbles vivencias como Prigioni, Sánchez, Kammerichs o Jansen.
Oberto, 36 años a la espalda, un palmarés de ensueño a nivel de club y de selección, vuelve a la carga. Y ya ha disputado los 6 encuentros que Argentina ha afrontado en el torneo americano.
Adiós al baloncesto
Tras abandonar las filas de Portland Trail Blazers a las primeras de cambio y decir adiós al baloncesto al reproducirse los problemas de corazón que ya tuviera en San Antonio, Fabri se dio un respiro, pero pasado un tiempo se dio cuenta de que necesitaba la adrenalina de la competición y la cercanía de sus compañeros. Por eso, decidió volver a la selección.
En febrero de 2011, se sometió a concienzudos estudios médicos que resultaron positivos. Podía volver a competir, pero con ciertas limitaciones. Debía restringir sus minutos en pista.
Esa consigna médica se ha cumplido. Argentina ha jugado 6 partidos, los ha ganado todos y Oberto se ha vestido de corto en todas las ocasiones. Eso sí, ha disputado un total de 40 minutos (ni 7 por partido). Hasta la fecha ha metido 8 puntos (1,3 por encuentro) y ha capturado 13 rebotes (más de 2 por jornada). A esos números, ha sumado 2 tapones, 2 asistencias y 3 robos. Pero lo importante ha sido verse de corto rodeado de sus compañeros y amigos... y vitoreado hasta la extenuación por una afición que nunca le olvidó.