ANÁLISIS / Aquellos maravillosos años
Jon Koncak, el primero de mis ‘malos’ favoritos
El pívot blanco que llegó a cobrar como una estrella de manera inexplicable
Seré un rarito, pero desde siempre me han interesado casi más los jugadores ‘malos’ que los buenos. Las estrellas me resultan un poco cansinas con tanto talento. Ojo con las comillas. Los ‘malos’ nos darían mil vueltas a cada uno de los mortales que, con curiosidad morbosa, seguimos sus carreras y hasta nos reímos por lo bajini de lo ‘malos’ que son. Es un poco como la fascinación por las pelis de serie B: hay algo indescriptible en esos tipos torpones o ‘malditos’ que, pese a todo, juegan o han jugado con los mejores.
Creo que el primer jugador malo con el que me obsesioné fue con Jon Koncak. Una cosa en común de muchos jugadores ‘malos’ es la sonoridad de sus nombres. Jon Koncak. ¿Habéis encontrado alguna vez más en vuestra vida a alguien apellidado así?
Él, un ‘boy scout’ de corazón, apareció pronto en nuestras vidas, cuando la NBA se respiraba como algo clandestino, más que nada por habitar en otro planeta. Pero sí le vimos en los Juegos Olímpicos de Los Angeles como reserva de Pat Ewing, enfrentándose un par de veces a España. Ya entonces cabía hacerse la pregunta de qué hacía ese blanco de 2,13 ahí, entre tanto ‘crack’.
Un año después, era elegido por los Atlanta Hawks con el número 5 del ‘draft’, por delante de, yo qué sé, Chris Mullin y Karl Malone. Y regresó a nuestras teles de la madrugada de los viernes porque a los Hawks los daban mucho. Y era un equipo que caía bien, por lo general, con los vuelos de Dominique Wilkins y Kevin Willis y la sabiduría dirigiendo el cotarro de ‘Doc’ Rivers. Ramón Trecet ironizaba sobre el supuesto peluquín de Mike Fratello.
Por descontado, Koncak era la mosca en la deliciosa sopa que cocinaban en Georgia. Reboteaba poquito, intimidaba algo más y no veía el aro ni aunque se lo pusiesen en la cara. ¿Por qué parecía siempre que con Antoine Carr o Cliff Levingston como ‘cincos’ el rendimiento de los Hawks mejoraba?
Su momento de gloria no llegó en la pista, sino en los despachos: en 1989 los Bulls le hicieron una gran oferta, Dios sabe por qué, y los Hawks se vieron obligados a igualarla, Dios sabe por qué again. Se supone que para no reforzar a un rival directo de división que ya por entonces emergía. Los 13 millones por seis años de entonces eran un contratazo por encima de lo que cobraban los mejores. Pero ya se sabe, a veces a los entrenadores se les llena la boca con la palabra ‘intangibles’. Hubo quien habló de racismo: ¿le hubiesen dado ese trato a un negro que hiciese lo mismo?
Apodado a partir de entonces ‘Jon Contract’, cumplió el compromiso sin un ápice de gloria porque no había sitio donde colocarle, acabando su trayectoria en la NBA en la 95-96 en Orlando con 4,5 puntos y 4,9 rebotes como números globales. Pero a mí me fue el jugador que me enseñó a empezar a amar a los ‘malos’, que conste.
(Javier Ortiz es redactor de deportes en El Periódico de Extremadura y autor de la sección de historia de www.espacioligaendesa.com