Philadelphia 76ers, una franquicia desorientada
El fracaso de Bynum compromete el futuro de un equipo que apenas se ha movido este verano
En toda la vorágine que supone el mes de julio en la NBA, sorprende la casi nula actividad de una franquicia obligada a moverse, los Sixers. Llegado agosto, el conjunto de Filadelfia sigue sin entrenador, una situación completamente anómala, y con una plantilla a medio hacer.
Los despachos de los Sixers, en los que se han producido muchos cambios tras la salida como general manager de Tony Di Leo y la llegada de Sam Hinkie, parecen estar aún traumatizados por el desastroso resultado de la compleja operación de traspaso que llevó a Andrew Bynum al equipo. Un Bynum que se ha marchado sin jugar dejando tras de sí un equipo reducido a escombros.
Y es que los Sixers eran un conjunto joven y prometedor, que había alcanzado los playoffs en las 2 temporadas anteriores después de haber logrado sólo 27 victorias hace 3 campañas. Lo eran hasta que las más altas instancias deportivas del equipo decidieron que Andrew Bynum era la pieza que les faltaba para subir el siguiente escalón y convertirse en un conjunto capaz de luchar por los primeros puestos del Este. Una decisión llena de riesgos de la que aún deben de estar arrepintiéndose.
Bynum, más interesado en divertirse jugando a los bolos o bailando flamenco que en recuperar su rodilla lesionada, no llegó a vestirse en partido oficial con la camiseta de los Sixers y Jason Richardson, el otro jugador que llegó en ese mismo traspaso, apenas pudo jugar 33 partidos, también por problemas físicos, en los que, a sus 32 años, estuvo muy lejos del jugador que fue.
A cambio de tan escaso retorno, el conjunto de Filadelfia perdió a Andre Iguodala, una referencia en la franquicia y un jugador básico en las tareas de equipo, y a los jóvenes Nikola Vucevic, que se reveló en Orlando como un gran reboteador y un 5 muy válido para la liga, y Moe Harkless, que sorprendió también gratamente en su temporada de novato. Cuánto mejor le habría ido al equipo reteniendo a este trío.
La cosa resultó tan desastrosa que el general manager, Di Leo, fue destituido, el veterano técnico, Doug Collins, decidió poner pies en polvorosa al ver en lo que había quedado convertido su equipo y el sustituto de DiLeo, Sam Hinkie, tuvo que pedir hace escasas fechas disculpas públicas a todos los abonados por lo ocurrido con Bynum.
Un verano extraño
Tras tal serie de acontecimientos, cabría esperar que la actividad de Philadelphia este verano hubiera sido vigorosa, tratando de reconstruir de nuevo la franquicia. Sin embargo, llegados al mes de agosto, el equipo por no tener, no tiene ni siquiera un nuevo entrenador, una situación sorprendente y que parece haber paralizado también la configuración de la plantilla de cara a la próxima temporada.
Los Sixers apenas se han movido en el mercado. Lo hicieron en la noche del draft para hacerse con Nerlens Noel a cambio de desprenderse del base Jrue Holiday, que pasó de hombre básico en el futuro del equipo a pieza prescindible tras firmar los mejores números de su carrera a lo largo del pasado año. Se fue Holiday y no ha llegado nadie. El equipo no tiene bases puros ahora mismo, a la espera de que firme su contrato Michael Carter-Williams, elegido en el puesto 11 del draft, pero que no parece en condiciones de asumir la responsabilidad de mando en el equipo. Sin ningún fichaje en el mes de julio, poco interesante queda a estas alturas por pescar en la lista de agentes libres, pese al generoso espacio salarial de que dispone el equipo.
Repasar la lista de adquisiciones de la franquicia a lo largo del mes de julio resulta desolador. James Anderson y Tim Ohlbrecht, dos retales repescados de la lista de excluidos tras ser descartados por Houston, y Royce White, jugador que no llegó a debutar con los Rockets por culpa de su trastorno de ansiedad y está por ver que vaya a hacerlo en los Sixers. Tres jugadores que resulta dudoso que inicien siquiera la temporada. A eso se reduce todo.
Un futuro incierto
Nadie se explica muy bien cuáles son los planes de la franquicia, qué sentido dar a que 3 meses y medio después de la renuncia de Collins siga sin haber un nuevo técnico al frente del equipo. Si hay una estrategia detrás de ello, ha de tratarse sin duda de un extraño plan que nadie entiende. Si no la hay, si todo responde a una parálisis en los propios despachos de la franquicia, a la falta de una idea clara sobre cómo recomponer el equipo, los Sixers tienen un serio problema.
Lo que parece claro es que el equipo de Filadelfia parece destinado a pelear por los últimos puestos de la próxima temporada -tal vez busquen como recompensa un buen puesto en un draft 2014 que se promete cargado de talento- y que los aficionados de los Sixers, salvo giro de 180º, parecen tener por delante varias temporadas de sufrida resignación hasta volver a tener un equipo competitivo. Lejos quedan las esperanzas de hace poco más un año, las que hundió en las profundidades un torpedo en la línea de flotación llamado Andrew Bynum.